Arturo es un campesino de cuarenta y un años de edad originario de la comunidad de Nuevo Coronillas, en la zona norte del municipio de Charo. En 2017 tomó la dura decisión de migrar por primera vez hacia Estados Unidos para trabajar en las labores del campo por cinco meses dejando a su familia en su comunidad de origen.
El miedo y la incertidumbre son emociones que se experimentan durante la primera vez, sostiene Arturo, aunque con el tiempo aquello se va haciendo habitual hasta el punto de acostumbrarse, “se va haciendo uno a la idea”. Dejar la tierra que le vio nacer, alejarse de la familia, perderse fiestas y celebraciones importantes son algunos de los sacrificios que los migrantes tienen que hacer para estar solos en un país desconocido.
Esposo y padre de dos hijos, Arturo se vio obligado a tomar esa difícil decisión por la escasez de fuentes de empleo en su país de origen.
En México, Arturo se dedica al comercio principalmente de verduras y nopales, que es lo que se produce en su comunidad, aunque también sabe hacer instalaciones eléctricas y algunas veces siembra maíz a medias en un terreno de su padre.
Como muchos contemporáneos suyos, Arturo no posee tierras ejidales, por lo que la siembra de maíz lo realiza a medias en tierras ajenas y, dice, que no es una actividad redituable:
No es para nada desconocido que, desde hace mucho tiempo, una de las estrategias de vida de las comunidades rurales es la pluriactividad que incluye actividades agrícolas, pero también actividades económicas y la migración hacia otros estados, municipios o hacia Estados Unidos.
Por ello, Arturo, como muchos otros mexicanos, se ha visto en la necesidad de salir de su comunidad para elevar un poco la calidad de vida de su familia y tener un ahorro en caso de algún imprevisto o emergencia. En Estados Unidos puede ganar hasta 500 dólares que, en manos de su familia, se convierten en hasta nueve mil pesos. Una cantidad de dinero que es inimaginable ganar aquí en México.
Arturo no es el primero de su familia en migrar. Su padre y sus hermanos lo hicieron tiempo atrás aunque de manera ilegal, lo que supone una permanencia más larga en el país del norte. Para Arturo aquello nunca fue una posibilidad y la nueva modalidad de migrar con las empresas agrícolas le permite ir y venir sin problemas.
Las posibilidades de emplearse en el país son pocas y mal pagadas. Ello ha conllevado a que muchos jóvenes se decepcionen del sistema educativo y vean la migración como una alternativa, como un proyecto de vida.
Arturo ha trabajado en el corte de manzana, cereza y sandía en los estados de Washington y Oregon a través de empresas agrícolas norteamericanas que se dedican a contratar mano de obra en comunidades mexicanas. Estas empresas muchas veces utilizan enganchadores al interior de las comunidades y contratan a base de confianza y amistad.
El trabajo es pesado, por ello las empresas agrícolas no contratan mujeres, únicamente hombres. Su trabajo no está excento de riesgos, el corte de manzana cuando la temperatura baja al punto de congelación es riesgoso aunque la empresa si se hace responsable de los posibles accidentes.
Su rutina mientras se encuentra en Estados Unidos es muy diferente a la que vive en México. De lunes a domingo se levanta entre tres y cuatro de la mañana, se prepara su lunch y sale a trabajar. La camioneta los lleva hasta las plantaciones donde hay que cortar manza de una manera muy cuidadosa. Regresa entre cuatro y cinco de la tarde y tiene que llegar a hacer de comer, lavar, planchar y si queda tiempo, a llamar por teléfono a su familiares en México.
El neoliberalismo en México ha sido un mecanismo muy eficaz para empobrecer la economía campesina y, con ello, despojar de las condiciones que permiten la vida en las comunidades indígenas y rurales. Así, las y los campesinos han tenido que encontrar estrategias para vivir. La migración ha sido una de ellas aunque ello signifique, la separación de las familias.