Derroche

Quién sabe cuánto tiempo pase para que vuelva ocurrir. No son fenómenos políticos que se repitan con frecuencia. El sueño de todo político mexicano ha sido arrasar en las urnas, y si lo que se elige es la presidencia el anhelo siempre ha sido desbordar los números de tal suerte que el ejercicio del mandato se haga con dominio en ambas cámaras, los beneficios políticos suelen ser admirables. Ahora que si esa mayoría se alcanza en los congresos de las entidades federativas entonces es el colmo de la bonanza. El problema es si al lograrlo ese activo se desperdicia en detrimento de todos los mexicanos.

Los electores siempre fueron precavidos en el pasado, nunca le dieron a un sólo partido o a un personaje el gane en todas las fórmulas. La distribución generaba mapas de fuerza que limitaban los alcances absolutos del ejecutivo, seguramente cuidándose de los excesos del presidencialismo presente en la conciencia nacional de más de 70 años de partido casi único. Sin embargo, esa trayectoria se rompió por completo en la elección del 18. Los votantes entregaron toda su confianza a un personaje y a las fórmulas que le acompañaban. El disgusto contra “los políticos” y la esperanza en un cambio de fondo dispararon los ánimos electorales para elegir un poder casi sin contrapesos.

Quien ganó tuvo el talento de interpretar el rechazo, el disgusto y  la aspiración transformadora de la mayoría de los ciudadanos. A este impulso le construyó una narrativa del futuro que por su sencillez encantó a la generalidad. Expresarla en frases acidas en ocasiones, en otras jocosas o amenazantes, fue todo un éxito. El lio ha sido cuando estas frases, tal cuales, se han plasmado como políticas públicas que al llevarlas a la práctica ensombrecen o distorsionan la idea de futuro que se propagandiza.

Tanto apoyo, tanta confianza, tanto ánimo anhelante, que hasta ahora ha sido una coraza que protege al presidente de sus propios desatinos, no puede durar demasiado. Los empeños en construir la narrativa de un discurso alterno a la realidad ya ha superado los empeños creativos para diseñar un futuro realista al alcance de la vida rutinaria. Los desbordados empeños propagandistas para erigir imaginarios divorciados de la realidad van a terminar precipitándose a tierra tirados por los poderosos hechos de la realidad sin más. ¿Cómo encubrir los desatinos de una política migratoria que va contra los derechos humanos? Muñoz Ledo puede representar otra voz. ¿Cómo sacar de las cabezas atormentadas por el miedo y el dolor el ritmo imparable de la violencia en el país? Sicilia y los miles de anónimos dolientes son un torrente visible ¿Cómo distraer el pensamiento lógico del ciudadano que mira y siente la caída de la economía? ¿Cómo borrar el la disfuncionalidad del sistema de salud?  ¿Cómo desaparecer las decisiones autoritarias y centralistas que definen el estilo actual de gobernar? ¿Cómo aceptar hoy y siempre que las decisiones se tomen bajo el método privilegiado de la ocurrencia?

Para desgracia de todos existe un derroche irreflexivo de la enorme confianza que los ciudadanos le han entregado a la figura presidencial. Con tanta confianza el gobierno federal podría materializar transformaciones formidables muy necesarias en un ambiente de unidad y concordia. Si tan sólo desde el poder se abatieran los muros del ego para dar paso a  la crítica y a la propuesta bien fundada, los indicadores de confianza se fortalecerían para el ejercicio eficiente del poder. Si tan sólo se permitiera escuchar con sincera apertura a los tantos personajes que le rodean y que tienen conocimientos especializados y reconocidos en distintas áreas del gobierno, el camino hasta ahora andado no generaría tantas dudas ni tanto odio y confrontación ordinaria.

El defecto que arrastra un gobierno cuyo estilo está definido por el personalismo que no permite la actuación de su gabinete o recela de los criterios divergentes en las cámaras y mira a  las oposiciones o a los “otros” sólo como objeto para el ataque frontal y la subordinación, es el aislamiento y la pérdida de atención eficiente a los problemas nacionales, es decir, la pérdida de la gobernabilidad