Real de Otzumatlán, es una pequeña comunidad enclavada entre la naturaleza, llena de leyendas y con una profunda historia que se remonta a la época de la colonia…
Se trata de un pueblo viejo, devoto de San Agustín y del Señor del Perdón que al paso del tiempo, cambió la plata por el mezcal.
Esta pequeña comunidad integrada por un pintoresco caserío; muestra estampas diversas, igual agrestes, que diáfanas aguas que bajan de las montañas; algunas cascadas y cuevas plagadas de murciélagos, por las que antaño, se extraían metales preciosos de sus entrañas…
Hoy, autoridades municipales con el apoyo de los lugareños, buscan devolverle a esta zona su bonanza económica, pero esta vez, a través del turismo y la comercialización del elixir del maguey.
La Ruta del Mezcal, resulta vital para impulsar la economía del lugar, pero este año el evento se canceló como consecuencia la emergencia sanitaria desatada por el Covid-19, situación por la cual los productores no lograron contar con un foro para comercializar parte de su producción…
“El Chacuaco”, una enorme mola de adobe, cantera y piedra que se levanta hacia el cielo, representa los vestigios de la fundidora…
Para Crisfofer Serrano Prado, director de Protección Civil de Queréndaro, la zona es imponente y recomienda recorrerla solo si se cuenta con un guía de la zona.
Armando Hernández Pérez, secretario del despacho del alcalde, durante un recorrido por la zona, sostiene que Río de Parras y Real de Otzumatlán, cuentan con áreas en las que el ecoturismo podría impulsarse y generar mayores ingresos a las familias del lugar.
Real, pinceladas
Real de Otzumatlán, es singular poblado de origen minero que se arrulla en la sierra ante el concierto de las aves de bello plumaje, las ráfagas que balancean las ramas crujientes de los pinos y la corriente que remoja la tierra.
El escritor y periodista Santiago Galicia, refiere que: “Allí coexisten el agua, la tierra, el viento y el aire en natural armonía. El cielo es de azul intenso, ausente de monotonía porque las nubes de efímera existencia adoptan formas caprichosas durante su peregrinaje. Las águilas planean su vuelo en el aire y las serpientes se arrastran hasta las rocas para asolearse, mientras las ardillas trepan por los troncos cubiertos de arrugas y musgo que contiene micromundos insospechados”.
En lo más intrincado de las cañadas y los cerros, “la neblina matinal se estaciona para más tarde diluirse, igual que los minutos y las horas, precisamente conforme el aliento del sol intenta acariciar los helechos, las flores minúsculas y multicolores, los hongos, los matorrales y los pinos.
Las rachas de aire helado se introducen al bosque, hasta que columpian las ramas de los pinos que crujen y exhalan las fragancias de la vida o desentumen los matorrales que ocultan incontables insectos que emiten murmullos incansables”.
El escritor, refiere: “Cuando el aventurero llegue, al fin, a Real de Otzumatlán, caserío enclavado en la sierra envuelta en neblina, aparecerá el perfil, muy solemne, de la capilla de San Agustín, que creció en los años coloniales, cuando la ambición extranjera sometió a los indígenas para explotar la riqueza minera…” (Revisa aquí el texto completo del autor)
Cabe destacar que la ignorancia, motivó a restauradores, hace años, a cubrir con mezcla de cemento inscripciones (y pinturas) que recordaban fechas y paisajes distantes.