Como en la Carbonera

Los delirios de la fiebre aguacatera no se mitigan ni con el peligroso achicamiento de los bosques, la carencia de agua, la contaminación de agroquímicos, el conflicto con los pueblos del entorno, la existencia de leyes que prohíben la tala ilegal o la afectación al derecho ambiental de todos.

Su dinámica es arrolladora y se ha sobrepuesto a todo criterio de racionalidad y prudencia. Está más allá de todo pudor civilizatorio. El furor por acceder a ganancias elevadas y fundar fortunas ha obnubilado la cabeza de quienes han sido tocados por la fiebre.

La ausencia plena del Estado y de los gobiernos para hacer valer las leyes ambientales está reforzando la percepción de que los daños a la naturaleza están siendo tolerados en aras de la producción y la circulación del capital financiero generado por esta actividad.

En los hechos, frente al dilema naturaleza o dinero, los gobiernos han optado por respaldar al dinero. La carencia de vigor en la aplicación de las leyes y el desparpajo y fracaso en el seguimiento de los pocos casos que atienden, no dejan lugar a dudas.

El fracaso de las políticas ambientales para contener, no digamos ya revertir, el cambio de uso de suelo, la tala ilegal y la depredación de aguas, está a la vista de todos. Y lo cierto es que no existe voluntad para tomar una ruta distinta.

Las Carboneras es el ejemplo emblemático de esta tragedia. A finales del mes de abril de este año, por denuncia ciudadana, la Profepa se hizo acompañar de la Guardia Nacional para clausurar este predio de aproximadamente 20 hectáreas porque se estaba haciendo tala ilegal y se presumía el cambio de uso de suelo. A los tres días los dueños retiraron la lona de clausura y continuaron talando.

En el mes de junio los Comités de Defensa Ambiental de Madero estuvieron en el predio y colocaron lonas de clausura simbólica por continuación del delito y cambio de uso de suelo. A los pocos días las lonas fueron retiradas, el predio fue enmallado y ahora, en los días que corren, se le está plantando aguacate.

Las Carboneras es un ejemplo notorio del fracaso de las políticas ambientales federales y estatales. Los afiebrados dueños le apuestan a lo que muchos otros le han apostado, a que el gobierno termine tolerándolos y a que las dificultades futuras puedan ser arregladas por el camino de la corrupción.

Lo que veremos en los próximos días será la corroboración del mismo destino que han seguido decenas de predios boscosos de la sierra de Madero y de todo Michoacán, su conversión definitiva en huertas aguacateras y la confirmación de la impunidad que priva en materia de delitos ambientales en la entidad.

Desde la ciudadanía nos habremos de empeñar en exigir a las autoridades federales, estatales y municipales que en el caso de las Carboneras se aplique la ley sin cortapisas. Las Carboneras deben volver a su vocación originaria y los dueños deben ser obligados a reforestar y restaurar los ecosistemas destruidos.

Los dueños no deben llamarse a engaño. A la vista tenemos los documentos de compraventa de este predio ejidal y en ellos está claramente escrita la advertencia de que es un predio boscoso y no está permitido el cambio de uso de suelo.

La fiebre aguacatera ha tomado como rehenes a los bosques y a las aguas del estado, ha convertido en victimas a los pobladores al violentar sus derechos ambientales y está contribuyendo al cambio climático global. El dinero que produce no justifica el ecocidio, el precio que ya estamos pagando es mucho mayor.

El nuevo gobierno de Michoacán está obligado, antes que nada, a replantearse el camino hasta ahora seguido en relación con el crecimiento ilegal de las plantaciones de aguacate. Lo más racional y civilizatorio es que declare su compromiso con la cero tolerancia al cambio de uso de suelo y la tala ilegal.

Debe plantearse innovadoras estrategias para generar empleos y mejorar el ingreso de los michoacanos. Eso sí, no a costa de la naturaleza. Lo debe hacer de la mano de quienes tienen experiencia en el diseño de proyecto productivos sustentables.

El futuro de Michoacán, parafraseando a Roger Garaudy, será sustentable o no será. Y por supuesto no puede ser su destino como el de la Carbonera.