La historia educativa del país es la historia de la tensión recurrente entre el autoritarismo y el consenso. De todos los componentes de la política nacional el referido a la educación es el que más concita el interés y la participación ciudadana, y la razón es comprensible, la educación es el bien más preciado por madres y padres de familia y también el más codiciado por las élites gobernantes. La educación puede ser poder e ideología por dondequiera que se le mire. ¿Hasta dónde debe llegar el Estado y hasta dónde la sociedad y la idiosincrasia del hogar?
Afirmaba Daniel Cosío Villegas, a inicios de los años 70 del pasado siglo, que “desde la Independencia, el poder en México era la biografía presidencial”. Su mordaz afirmación sigue vigente en el año 23 del siglo XXI porque nuestra titubeante democracia no ha consolidado sus instituciones ni fortalecido el estado de derecho y ha prohijado liderazgos que han hecho del poder presidencial una mole concentradora de poderes casi absolutos.
En julio de 1934, en plena campaña presidencial de Lázaro Cárdenas del Rio pronunció en Guadalajara un singular discurso el llamado “Jefe Máximo de la Revolución”, Plutarco Elías Calles. A su discurso se le ha conocido como “El grito de Guadalajara” y en él pregonaba que “La Revolución no ha terminado. Los eternos enemigos la acechan y tratan de hacer nugatorios sus triunfos. Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución, que yo llamo el periodo revolucionario psicológico; debemos apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud porque son y deben pertenecer a la Revolución.”
El grito de Guadalajara se ha convertido en prototipo y referente para el diseño sexenal de la política educativa. Todos los presidentes, unos más que otros, han asumido dicha pretensión en aras de la narrativa salvacionista que creen encarnar. Tenemos tantas reformas educativas acumuladas que el presente educativo refleja una amalgama de ideas y prácticas incluso contradictorias.
Habrá que reconocer que la que está en marcha no es una reforma cualquiera. En sentido estricto se trata de un cambio paradigmático frente al que no todos se han detenido a reflexionar. Que en el centro de la educación no esté más el alumno, ni siquiera la escuela, sino la comunidad, significa un cambio radical, que por supuesto trae aparejadas un sin número de dudas. La Nueva Escuela Mexicana (NEM) tira la idea clásica de la Ilustración en torno a la escuela y al alumno en aras de una Arcadia idílica, de ahí la recurrente crítica al individualismo y su constitutivo ser aspiracional. ¿Aprende la comunidad o aprende el individuo?
También supone un cambio radical en sus fundamentos filosóficos y epistemológicos. La narrativa de la NEM en el texto del Marco Curricular y Plan de Estudios 2022, y reproducido en “Un libro sin recetas, para la maestra y el maestro” asume la perspectiva de Boaventura De Sousa Santos, desarrollada en “Una epistemología del Sur”, en donde argumenta la crisis paradigmática de la ciencia moderna y habla de epistemicidio cometido por el pensamiento racional occidental, eurocéntrico, contra los saberes ancestrales o locales.
El pensamiento de De Sousa Santos se inscribe entre las teorías que deconstruyen la modernidad, una acción crítica que se ha venido ejerciendo desde hace por lo menos 4 décadas y que apunta a cuestionar el progresismo de los grandes relatos (cristianismo, iluminismo, marxismo, capitalismo) y a relativizar la objetividad de las ciencias, sin embargo, ha fracasado es construir nuevas objetividades. De ahí que la NEM coloque los saberes populares o tradiciones en el mismo o superior plano que los conocimientos científicos; de ahí el desdibujamiento de las asignaturas a la hora de integrar los campos formativos.
Pero, ni la NEM ni los libros de texto son comunistas. La crítica más dura del posmodernismo fue contra el relato marxista, sería una contradicción absoluta si los diseñadores de la NEM pretendieran ese objetivo. Otra cosa es que se empeñen en reescribir la historia de los movimientos armados de los 60 y 70 para dar raíz y continuidad al discurso de las élites que hoy gobiernan, aseverando que fueron “utopías democráticas”, lo que es una falacia, la vía armada es opuesta a la vía democrática, la primera busca la eliminación del otro, la segunda busca competir y colaborar. Los documentos fundacionales de aquellos grupos argumentaban en favor de la dictadura del proletariado o de la dictadura obrero-campesina, pero nada que ver con la democracia, a la que tenían por burguesa.
La crítica deconstructiva de la ciencia moderna y de la racionalidad occidental, y la exaltación de los saberes populares o ancestrales, debilita y relativiza al pensamiento matemático, físico o químico, como si la verdad científica no fuera la misma en España que en México. La NEM da pie a que si una comunidad y su maestro reivindicaran el terraplanismo esta creencia tendría que enseñarse con el mismo valor que la data científica. En el libro para docentes se cuestiona a los saberes científicos desde una categoría construida por De Sousa Santos en su Sociología de las ausencias y le llama “Monocultura del saber y del rigor científico: la idea de que el único saber riguroso es el saber científico, y, por lo tanto, otros conocimientos no tienen la validez ni el rigor …”
La idea decolonizadora en la NEM, que reivindica los saberes como pensamientos para decolonizar la mente de los alumnos y los ciudadanos, sin embargo, no es nueva. A principios de los años 60 del siglo anterior, el líder de la Nación Islámica Malcolm X, recomendaba algo semejante: “estudio de filosofías, psicologías, cultura e idiomas que no provengan de los opresores … que los afroamericanos cualificados escriban y publiquen libros de texto necesarios para liberar nuestras mentes.”
La reforma en curso es radical, aunque llega a destiempo porque el posmodernismo ya está de salida. Hubiese sido oportuno conocer la perspectiva de las nuevas propuestas en materia de filosofía y de epistemología de las ciencias. Lo que se va a lograr es infundir en los educandos la relativización de la objetividad científica y profundizar el retraso frente al desarrollo científico y técnico, además de confinarnos en una burbuja saturada de saberes locales, ancestrales y populares, que en sí no son cuestionables, siempre y cuando el pensamiento científico tenga su lugar, como lo marca el artículo tercero constitucional. Tendría que analizarse si la educación que conviene para México es para instituir una sociedad cerrada y tribal o una sociedad abierta.
A la fiebre deconstructiva plasmada en la NEM, no obstante, le falta apuntar a la deconstrucción de sí misma. Es decir, desde el propio imperativo contenido en la NEM de “educar desde el presente”, debería proceder la escuela y sus maestros a desmontar los supuestos ideológicos que hay atrás del nuevo poder, es decir, del gobierno que ha generado la reforma. Si no es así, entonces la meta deconstructiva sería una simulación y quedará como lance totalitario. De ahí la importancia de la enseñanza de la Filosofía, como lo marca también la constitución.
Así que la polémica sobre los libros de texto es secundaria frente a las implicaciones de los soportes teóricos de la NEM. Los errores que tienen pueden ser superados en su didáctica y en su diseño gráfico, pero claro no pueden ir más allá de los límites fijados en el diseño curricular. Por ejemplo, su presentación capsular tendría que seguir así porque la idea de los campos formativos, que la SEP basa en el rechazo a la educación disciplinar, sería inconsistente. El desdén a las ciencias lleva a que en las cápsulas se desdibujen las objetividades racionales.
La fragmentación de saberes, como la presenta la SEP es un mito, hoy sabemos que el cerebro se comporta como un todo y no por aprender a partir de asignaturas se configura un cerebro de estancos. Si así fuera las generaciones formadas en disciplinas estarían ocupadas en desfragmentar sus cerebros. Muchos de los países con mejor educación, tal es el caso de Japón, basan sus planes y programas en campos disciplinarios y otros como Finlandia, que hace un uso didáctico eficiente de los campos formativos, se sustentan en una educación disciplinar. Los campos formativos sí, pero a partir de una sólida formación disciplinar.
El poder presidencial, confundiendo su deber republicano, desde la Independencia hasta nuestros días, ha tomado la pretensión ideológica de controlar las conciencias a través de la educación. Como antes el nacionalismo, el socialismo, la globalidad, ahora es la decolonización, que reivindica la Ecología de Saberes y el anticapitalismo, aunque sin atisbar ningún relato que lo reemplace, curiosamente en un país que forma parte de uno de los tratados comerciales más grande del mundo.
La materia educativa es harto sensible y para que su quehacer sea fuente de gobernabilidad y desarrollo debe partir del consenso nacional. México no es una dicotomía, no es maniqueo, es una pluralidad inmensa en culturas, en grupos económicos y sociales, en aspiraciones, en creencias religiosas y espirituales, en saberes, en producción científica y artística, en anhelos políticos, en ideologías, y un larguísimo etcétera. Toda esa inmensidad es lo que debe incluirse en el diseño de la educación. Una reforma que no ayude a saldar y a estabilizar la relación Estado-familia-sociedad está condenada al fracaso.
Dejar a los maestros el mayor peso de la implementación de esta compleja reforma, que supone una nueva formación, sin suficientes recursos apunta al fracaso. En 2023 solo se asignaron 85 pesos por docente para su capacitación mientras que en 2016 fueron 1,644. Más preocupante aún: el PIB dedicado a la educación este 2023 fue de apenas el 2.9 %, contra el 4.25 del 2018, y en los últimos 10 años fue en promedio de 3.9. Es decir, que en la época “neoliberal” se dedicaba más presupuesto a la educación que en los tiempos en que se pretende la decolonización y la liberación.
Hasta ahora el gobierno de la república ha contado con el relativo apoyo de los docentes a pesar de que en el incremento del mes de mayo perdieron 2 % del valor de su salario. Les otorgaron 6 % directo al salario y 2 % a prestaciones (que se diluye en casi nada), por abajo del índice inflacionario anualizado del 2022 que fue de 8.16 %, pero que les vendieron como victoria histórica. Sin embargo, sorprende la complacencia y docilidad de los liderazgos que por menos que esto en tiempos pasados tendrían barricadas en las calles. A pesar de ello esto cuenta como medio para sostener políticamente la reforma y el gobierno federal se los reconoce.
Con todo, serán los maestros frente a grupo los que deshagan el entuerto, los que con su plan analítico de manera realista encaren la tarea educativa, esa que implica enseñar a leer, a escribir, los números, las operaciones aritméticas básicas, o las creencias y saberes de su localidad, o ¿ir a la comunidad para enseñarle como sujeto colectivo? Para hacerlo tendrán que ayudarse de materiales adicionales a los libros de texto porque los distribuidos dan por sentado que todos saben leer, escribir, las operaciones matemáticas básicas y tienen cierto dominio de las ciencias naturales y sociales. Todo dependerá, como dice Díaz Barriga, de que hagan uso de su autonomía profesional. ¡Tan simple como eso!
Autonomía profesional que deberá resolver en el nivel de secundaria la manera de conciliar, clase por clase, el hecho de que los maestros estén contratados por asignaturas y horas y el programa marque que deben confluir en campos formativos.
De una reforma que no fue piloteada, ni evaluada su pertinencia y sus resultados, con materiales deficientes y una orientación romántica, relativista y anticientífica, con libros de texto no consensuados y hechos sobre las rodillas, con presupuesto raquítico, los resultados no serán de excelencia. Veremos, como ya ha ocurrido en sexenios anteriores, una migración hacia la educación privada y una afectación mayor sobre la población más pobre.
La práctica educativa, sin embargo, tiende siempre a ser realista en su cotidianidad. Es decir, los maestros buscarán resolver las deficiencias a partir de los valores que constituyen su práctica docente. Como ha ocurrido frente a tantas reformas previas, harán uso de los medios, métodos, creencias y experiencias, que a cada uno mejor resultado les da. Y tal vez en ello radique una esperanza y la resistencia silente al galimatías oculto en la NEM.
El consenso, ese término tan en desuso en los tiempos que corren, debe ser recuperado, como siempre ha sido, como el medio idóneo para replantear el acuerdo social nacional sobre el para qué, con qué, y cómo de la educación. Educación sin consenso ni transparencia es autoritarismo.
El Grito de Guadalajara y todos sus ecos son lances autoritarios que restringen la libertad cívica. ¡En democracia se construye de otra manera!