Estoy seguro que no soy el único que ha llegado a preguntarse cómo sería la confrontación entre dos mandatarios que comparten algunas características de personalidad. Nos referimos a D. Trump y a Andrés Manuel López Obrador. Ambos han hecho de la impulsividad, la trivialidad, la obcecación, el nacionalismo, la confrontación, la agresividad, la ambigüedad, el anti realismo, la acusación no siempre fundamentada, la magnificación de la persona, la ponderación extrema de fragmentos ideológicos, parte de su estilo de gobernar. Ambos han tenidos relativo éxito interno usando esos medios frente a un electorado desilusionado y por ello anhelante de políticos que sustenten un relato a la medida de sus preocupaciones, hartazgos, frustraciones y miedos, aunque este estilo choque con la realidad.
La diferencia, muy sustancial por cierto, es que ese estilo en el caso del mandatario estadounidense lo ha empleado extensivamente en su política internacional, mientas López Obrador lo ha hecho sólo en el contexto de la política interior. Obrador, por alguna razón, tal vez para no chocar con Trump, quien en los albores de este gobierno ha sido alabado más de una vez por el estadounidense, se ha manejado con un perfil muy bajo y casi se ha borrado del plano internacional. El caso del conflicto venezolano, ante el cual adoptó el criterio de la “neutralidad”, retrata con claridad el criterio y justificación central de la política internacional de la cuarta T.
El retraimiento voluntario del activismo internacional, sin embargo, ha tenido un costo, que en estos momentos debe lamentarse el presidente Obrador, pues uno de los medios efectivos para la defensa de los intereses mexicanos en la disputa comercial con el gobierno de los Estados Unidos son los foros internacionales y la construcción de aliados a partir de políticas comunes globales, lo que se logra solamente jugando un papel dinámico y constructor de consensos con los gobiernos de los países líderes. Todas las oportunidades que se perdieron en seis meses son ahora para lamentarse. El cálculo de que Trump no alcanzaría a la política y a la economía mexicanas, mientras el gobierno de Obrador guardara silencio para no excitar su temperamento que motivara un reacción dañina, ha sido erróneo y francamente ingenuo.
Lo que habían querido evitar se les ha derrumbado encima. Ahora están frente a frente Trump y Obrador. La primera reacción de nuestro presidente no nos ha sorprendido para nada. Como si se tratara de un reto callejero ha revirado que “no le tiene miedo” que “no es un cobarde”, como si con ello se supliera la ausencia de una política internacional que pudo haber construido una red de alianzas que en este momento habrían sido activadas. Sin embargo, la soledad mexicana es evidente, su socio canadiense por ejemplo ha mantenido cerrada la boca y en los poderosos foros internacionales el asunto se trata con marginalidad.
Tocados por la impulsividad y la arbitrariedad ambos mandatarios, si no son persuadidos por la sensatez de sus colaboradores podrían colisionar públicamente ocasionando consecuencias políticas y económicas mayores. A Trump le fascina torear, a Obrador también. La diferencia es que el poder en el plano internacional del primero es evidente y la del segundo realmente no existe pues no es lo mismo torear a los personajes interiores que a un personaje con el poder de Trump.
Ya no tiene mucho sentido argumentar que la cuestión comercial y la migración deben tratarse en “carriles distintos” ¿Qué guerra comercial ha separado temas no económicos de sus motivaciones? ¿Tal vez alguna? El hecho es que el gobierno de Trump ha colocado ambos asuntos en el mismo carril desde hace mucho tiempo y con esa premisa irán a negociar sus representantes el próximo 5 de junio y tratarán de salirse con la suya, Trump necesita alentar a sus electores. Ya lo ha hecho con China, si no logra lo que quiere en el tema migratorio lo hará con México. En ese escenario deberá plantarse el canciller Ebrard. No será fácil.
Sería alentador saber que la diplomacia mexicana en este momento está arduamente empeñada en lograr aliados por todo el mundo que se constituyan en un contrapeso a la arbitrariedad del gobierno de Trump, ojala que la austeridad “franciscana” no los limite en ese cometido crucial para México y el derecho internacional.
El error de cálculo frente al inestable Trump, mismo que cometió el peñismo, debiera constituirse en punto de partida para la revisión de la política internacional mexicana. Obrador debe ser persuadido de que México no puede cerrar los ojos frente a las realidades internacionales, en las que si bien hay riesgos también existen extraordinarias oportunidades. La soledad con la que México está encarando la crisis de los aranceles debe ser subsanada con urgencia. Aislarse no es la opción, es la derrota.