Que es consecuencia del Calentamiento Global; que es un fenómeno ocasional, cíclico; que el próximo año o seguramente el que viene tendremos un clima benevolente con más lluvia y sin extremos. En ambas versiones señalamos al fenómeno general, pero no ponemos los ojos en las prácticas humanas particulares, que cual efecto mariposa, desatan el fenómeno general o lo agudizan.
El factor humano, conocido como el factor antropogénico, que al paso del tiempo está identificado como una de las causales que modifica la temperatura planetaria, ha pasado de 13° – 14° Celsius de la era preindustrial a incrementos de hasta 2° C en el presente año, rebasando las predicciones científicas. Hemos pasado del Calentamiento Global a la era de la Ebullición Global.
El Cambio Climático ya es una categoría de dominio público y la usamos para explicamos la sequía en curso, pero no basta. En apariencia lo explica todo. No obstante, es una forma de enmascarar la causa real del problema.
Culpar al Cambio Climático es decirlo todo y a la vez nada. Es todo porque así se denomina el fenómeno planetario y es afirmar nada porque al hacerlo dejamos de lado los fenómenos locales, singulares o micros, que son los que están determinando el fenómeno.
Todos los gobiernos del mundo, y por supuesto el de México y necesariamente el de Michoacán, para atender, mitigar o revertir el Cambio Climático, deben actuar sobre los fenómenos singulares que contribuyen a ese Calentamiento Global que deriva en Cambio Climático. Cada nación, cada entidad, deben tener a estas alturas del desastre climático un diagnóstico de las causales focalizadas en sus territorios.
El consumo aún no decreciente de combustibles fósiles, la deforestación imparable, el crecimiento caótico de urbanizaciones, el uso no sostenible de aguas, la expansión arbitraria y desregulada de monocultivos, son las aportaciones de Michoacán a ese fenómeno global.
El brutal cambio de uso de suelo que en 30 años ha destruido más de la mitad de los bosques michoacanos, pasando de 3 millones de hectáreas forestales a sólo 1 millón 182 mil ―según la Cámara Nacional de la Industria Maderera―; los arrasadores y crecientes procesos de captura de aguas para aguacates y frutillas, que ha matado ríos y arroyuelos en la zona serrana del estado, para llevarla a los cultivos son, en parte, nuestra poco honrosa contribución al Cambio Climático.
Entre otros, los indicadores fatales de la tragedia ambiental en Michoacán son elocuentes: la muerte del Lago de Cuitzeo, la sequía del Lago de Pátzcuaro, la inicial degradación del Lago de Zirahuén, el peligro de extinción del santuario de la Mariposa Monarca.
De un promedio anual de 20 mil hectáreas consumidas por los incendios el 52 % termina en cambio de uso de suelo, preferentemente para instalar huertas ilegales. La cifras anuales de incendios son estremecedoras: en 2022 perdimos 27 mil hectáreas, en 2023, 18 700, en la temporada presente ya van 24 mil. Esta es la evidencia de la derrota institucional y social frente a los agentes que continúan destruyendo los equilibrios ecológicos.
La estrechísima interdependencia que existe entre bosques, aguas, tierras y clima no tiene objeción. Si hacemos cambio de uso de suelo, sacrificando bosques, afectamos la disponibilidad de agua y modificamos el microclima. Si acaparamos el agua en tierras altas estamos matando ecosistemas y dejando sin humedad a los bosques. Así que, si nos quedamos solo con la idea de que el Cambio Climático es el causante de esta terrible sequía, en verdad estamos encubriendo el fenómeno que lo está causando, estamos viendo el problema al revés.
La política ambiental de nuestro país está perdiendo la batalla contra los factores locales que determinan el Cambio Climático. En Michoacán de plano ha perdido la guerra contra el cambio de uso de suelo y la proliferación de cultivos ilegales o insostenibles, a la par que ha perdido la batalla por la regulación del agua con apego a los derechos humanos y a los propósitos de sustentabilidad y sostenibilidad.
Lo anterior lo tenemos por sabido desde hace muchos años, pero lo delicado es que en los días presentes y de cara a la crisis por la sequía, no conozcamos de ninguna política que trate de retomar las riendas reguladoras, en apego a la constitución, para detener de una vez por todas el cambio de uso de suelo, como tampoco de ninguna que ponga orden en la privatización inhumana de las aguas.
La clase política y entre ellos los gobernantes deben reconocer con ánimo autocrítico que las políticas ambientales están rebasadas y se han quedado cortísimas frente a una avalancha de irregularidades que siguen creciendo porque se sienten estimuladas por la impunidad.
De la sequía deben obtenerse lecciones propositivas. La primera, que se requiere una revisión a fondo de las políticas gubernamentales relacionadas con la crisis ambiental; poner en pie y con fortaleza el sistema de justicia ambiental; que debe actualizarse de cara al desarrollo económico del estado la idea de sustentabilidad y sostenibilidad; que debe caminarse de manera simultánea en la contención absoluta del cambio de uso de suelo y la recuperación de bosques; que deben regularse de manera urgente los sistemas de hoyas concentradoras de agua a la vez que se replantea el plan hídrico para Michoacán. Es decir, se debe poner orden.
Mal haríamos en no aprovechar las lecciones y le apostáramos a un paraíso climático, que es difícil que ocurra en el futuro inmediato, luego de un acumulado de 9 años de incremento en la temperatura planetaria, uso de combustibles fósiles, destrucción de bosques, malos usos del agua … y, poquísimas acciones gubernamentales.