Sentí sus pasos sobre mis veredas. Y me dio pena que subieran la empinada loma con el sol sobre sus cabezas. Si hubieran venido dos meses atrás la sombra de los pinares les habría regalado frescura y la humedad del camino. Los he recibido con mis lomas y veredas desnudas, eso me ha avergonzado. La condición de esta parte de la casa está en desorden como lo están tantos lugares que no terminaría de nombrarlos en una hora: troncos que yacen sobre las barrancas, ramas abandonadas y despreciadas apiladas aquí y allá, montoncitos de aserrín amarillo y blanco al pie de vestigios de árboles, manchones de ceniza coronados por carbones agrietados.
A los que llegaron les oí hablar con palabras indignadas. Estos hombres no venían con motosierras ni hachas o cerillos en los bolsillos, tampoco venían mirando nerviosos por los caminos que se desvanecen en la lejanía, como vinieron los primeros. Cuando su agitada respiración se serenó hablaron y sus palabras, más de una vez se quebraron porque sus ojos no dejaban de mirar aquella desolación.
—Ya nada será igual. Los manantiales de allá abajito desaparecerán, el pueblo tendrá penalidades por el agua. ¿Y de qué va a servir que llueva si ya no hay árboles que la reciban y la conduzcan a las entrañas de la tierra para que fluyan los veneros?
Los vi tristes. Alguien les hizo ver que en 20 años no se recuperaría tanto daño. Los sentí enojados. Y es que estas tierras no regresarán, serán sembradas de aguacate. Los de la motosierra y el hacha lo dijeron muy clarito: la planta ya está comprada. La lluvia temprana de mayo —dijeron— es una buena noticia para sus propósitos.
Todos me dieron lastima. Los de la motosierra y el hacha y el patrón que les paga porque su tiempo no es mi tiempo. Diez años no es ni una milésima de segundo de mi tiempo y el dinero no compra un segundo. En mi tiempo hay respuesta y pagarán grandes costos y no lo puedo evitar, mi marcha tiene mil motores que se prenden alocados cuando muere un manantial o se extingue un animal. Y me dieron lastima los que vinieron por las veredas ya sin mis sombras porque ellos también sufrirán. No me creerían si les explicara que en estas tierras de Madero ya no hay lugar para otra mata de aguacate, que al paso del tiempo esta ilusión se les derrumbará sobre sus cabezas. Para entonces, será muy tarde que les den la razón a los que con el corazón en la mano caminaron hasta mi casa desolada tratando de conjurar tanta muerte.
También mire árboles centenarios derrumbándose y me despedí de ellos cuando los subían a las plataformas de grandes camiones. Causa pesar sentir la herida de un árbol joven. Y cómo no si se ha nutrido en el vientre de la tierra desde que el caos del viento lo trajo como indefensa semilla, pero es un dolor distinto presenciar cómo se derrumban 150 años. Es como pulverizar siglos de recuerdos de esto, lo no humano. A la naturaleza no se nos dotó de ambición, al menos no como la conocen los humanos. Nada más somos adaptación permanente y una voluntad férrea de ser. Si entendieran que nos necesitamos, ellos también tendrían otra vida mejor.
Acá en este otro paraje ya no me sorprendí con argumentos pueriles. Sentí la soberbia de los que desgarran y arrasan fincados en un papel con firma autorizada de instituciones, que ha resultado, —ellos mismos dijeron—, un fraude. ¿Qué importa ya, la arboleda no volverá? Ya no habrá esta agua en el arroyuelo que contribuía solidaria con el lago de Zirahuen. Es una historia que no me es extraña, así es como me han exterminado más de la mitad de los bosques de este territorio que ellos han nombrado Michoacán. Es probable que así lo hayan llamado para odiarlo, pues no hay una brizna de amor en ese actuar.
Los que subieron sudorosos la loma en un acto de esperanza para conservarme y de desafío a los que pagan por arrancarme la vida, escucharon el debate de los que quieren gobernar —es que ellos quisieran gobierno para detener la devastación— y sintieron pena de su pesar porque uno de los que podría triunfar ha dispensado y justificado públicamente a los que talan y hacen cambio de uso de suelo desde la ilegalidad. Con tristeza y enojo le escucharon decir: “nos necesitamos, no podemos pelear con ellos. En el futuro ellos son los que crean empleos”. Siguen sin entender nada, no es condición matar la naturaleza para crear empleos. Su ciencia y su técnica no les alcanza para alumbrar otros caminos, o no quieren pensar en otros.
Economías he visto pasar. Puede ser que por un tiempo creen empleos, pero todos a costa del futuro de esto que llaman Michoacán. Su decir, es tanto como justificar a la delincuencia porque genera empleos y capitales importantes. No han entendido el orden de la vida. Primero debe estar la naturaleza, en ella debe estar subordinada la humanidad y esta subordinación obliga a prácticas productivas innovadoras que no dañen el primer orden.
Olvidan las infaustas experiencias milenarias de sus culturas primigenias. La humanidad no puede necesitar al que destruye la casa común. He pensado que si ese personaje ganara y su política la construyera a partir de ese retorcido principio, muchos romperán lanzas por adelantado. Pinta mal que desde ahora justifique la impunidad para los que han llevado a esta tierra a la ruina climática.
Nos necesitamos sí, la naturaleza y la humanidad. Jamás a los codiciosos que han hecho de la naturaleza un negocio sin posibilidades actuales y futuras de sustentabilidad.
Remate
¿Será que hay un pacto entre el personaje del “barrio de la estación”, los aguacateros ilegales, los talamontes fuera de la ley, los concentradores gandayas e ilegales de aguas, los incendiarios y los artilleros del granizo? ¿Esas no son palabras para salvar a la madre tierra? ¿Corregirá el discurso?










