Nuevo Coronillas, irse pal norte

Nuevo Coronillas es una comunidad que se encuentra al norte del municipio de Charo. Es una población pequeña que al censo del 2020 registraba una población de 238 habitantes de los cuales 121 eran mujeres y 117, hombres. Al igual que su comunidad vecina, San Antonio Corrales, Nuevo Coronillas se caracteriza por ser una comunidad productora de maíz, garbanzo y nopal que después se comercializa en las localidades cercanas.

Sin embargo, como muchas comunidades, Nuevo Coronillas atraviesa por un periodo difícil que se manifiesta de diversas maneras. Una de ellas, es la necesidad de empleo. Después de la implementación del neoliberalismo como modelo de desarrollo y la apertura económica, la siembra de maíz ha dejado de ser una actividad económicamente redituable por lo que muchos, otrora campesinos, han dejado de dedicarse única y exclusivamente a las labores del campo para buscar nuevas alternativas.

Los altos costos de producción, el alto valor de la semilla, los fertilizantes y el bajo costo de venta, así como el desmantelamiento de los programas gubernamentales como el subsidio y los precios de garantía que asignaba la desaparecida Compañía Nacional de Subsistencias Populares, CONASUPO, han sido eficaces mecanismos para desmantelar la economía campesina centrada en la producción agrícola.

Por ello, para investigadoras como Patricia Arias la crisis que atraviesa el campo mexicano se debe, en primer lugar, al cambio de modelo económico que pasó, en las décadas de los ochentas y noventas, de un modelo de sustitución de importaciones que protegía la producción nacional a una economía de apertura comercial e integración a la economía globalizada (Arias, 2009).

Especialmente cruda ha sido la embestida y el asedio contra las y los jóvenes por parte del neoliberalismo. El fin del reparto agrario, el acaparamiento de tierras al interior de los núcleos agrarios, la falta de una actualización del registro agrario, el encarecimiento de los insumos para la producción agrícola, la falta de un mercado que pague precios justos y la ausencia de un reconocimiento social, entre otros factores, han ocasionado una desbandada de la población rural, especialmente de la población joven, hacia las ciudades o, incluso, hacia otros países.

Como una tradición formalmente constituida, la migración se ha convertido, tal vez, en la única alternativa que ven las y los jóvenes de las zonas rurales para lograr un ingreso que les permita vivir relativamente bien, aunque ello signifique la difícil decisión de abandonar la comunidad, de dejar el terruño para irse hasta cinco, seis o siete meses al año a trabajar a Estados Unidos.

Como en muchos otros lugares del país, en la comunidad de Nuevo Coronillas, se ha ido forjando la tradición de irse a los Estados Unidos. Aunque en México la tradición migratoria data de más de ochenta años cuando en 1942 se instauró el programa bracero que tenía como finalidad suplir la mano de obra a raíz de la escasez de productores estadounidenses debido a la Segunda Guerra Mundial (Contreras, Partida, & Vega, 2015), lo cierto es que esta tradición migratoria ha sufrido algunos cambios a lo largo del tiempo y ha pasado de flujos de migración de no retorno a flujos de migración de retorno. Durante algunas épocas se ha tratado de una migración temporal pero también se han registrado olas migratorias que buscan una estancia permanente en el vecino país del norte pues el hecho de contratar un coyote para cruzar significa una estancia más larga.

Esta migración de no retorno o de estancias prolongadas fue una alternativa durante mucho tiempo para las comunidades rurales, sin embargo, genera ciertas dinámicas al interior de las familias rurales pues son principalmente en las mujeres, madres de familias, en quienes recaen las responsabilidades al interior de la comunidad por la ausencia del varón. Son ellas quienes tienen que hacerse cargo de la administración de los gastos del hogar, de la educación de los hijos y, si las había, de las actividades agrícolas.

Este tipo de migración también dio origen a una desintegración familiar pues, aunque muchos de estos hombres migrantes se iban con la idea de trabajar, ahorrar, pagar al coyote y después mandar por su novia, esposa o hijos, muchas veces dio origen a un abandono familiar que terminó formando nuevas familias en el norte (Arias, 2009). En Nuevo Coronillas la migración hacia Estados Unidos ha sido una alternativa para muchas familias. Las grandes casas, construidas a base de remesas por migrantes que se fueron a trabajar para buscar una vida mejor, contrastan con las calles polvorientas de la comunidad.

Si bien es cierto que la migración es motivada en su mayoría por razones económicas, en algunas comunidades rurales como Nuevo Coronillas, también influyen factores culturales como la construcción social de los roles de género, en los que resalta el papel del hombre como proveedor del hogar (Cervantes, 2018) por lo que migrar al norte es una alternativa que ayuda a reforzar los roles de género.

Aunque existe todavía la posibilidad de irse y radicar de manera permanente o por largos periodos de tiempo en Estados Unidos, actualmente se registra un movimiento migratorio por temporadas cortas debido en gran parte a empresas agrícolas que contratan trabajadores mexicanos para trabajar en el sector agrícola. Son principalmente hombres jóvenes quienes parten una o dos veces al año para insertarse a trabajar en el corte de chile, jitomate, fresa, arándano, manzana y sandía.

Se trata de empresas trasnacionales que buscan y contratan trabajadores agrícolas en comunidades rurales debido a que les pueden pagar salarios más bajos. Ello, no obstante, ha significado una alternativa ante una escasez de empleo generalizada, sin embargo, también representa matices sobre los que es necesario realizar una reflexión y, en su caso, una intervención oportuna. Quienes deciden irse contratados por estas empresas son contactados mediante un enganchador que muchas veces es una persona de confianza dentro de la comunidad y que les “da” una oportunidad de trabajar.

Para ello es necesario que tramiten su pasaporte y paguen su viaje a la frontera, habitualmente Tijuana o Baja California y de ahí a estados como Washington donde pueden trabajar en el corte de la manzana. Algunas empresas los “ponen a prueba” y dejan a los trabajadores por largas temporadas en la frontera trabajando por pesos mexicanos antes de llevarlos a Estados Unidos. Durante ese tiempo, los trabajadores agrícolas no tienen suficiente dinero para enviar a sus familias en sus estados de origen. Algunas veces duran tres, cuatro o hasta cinco meses en esa situación. Si los trabajadores renuncian y regresan a sus hogares, el enganchador no vuelve a contactarlos, así que se vuelve un juego de resistencia. Cuando logran pasar el tiempo de la prueba, es cuando los trabajadores agrícolas pueden comenzar a enviar dinero a sus hogares. Hasta 500 dólares a la semana pueden enviar a sus familias en México, lo que significa una cantidad que no podrían reunir estando en su país.

El envío de remesas no solo ha sido un respiro para la economía de las familias rurales, también lo es para el gobierno federal pues ello ha permitido disminuir la extrema pobreza y el posible estallido de un conflicto social (Kay, 2009). Durante el año pasado las remesas superaron los 58 mil millones de dólares, sin embargo, no se debería olvidar que si las personas del campo están migrando hacia Estados Unidos se debe a que la esperanza les ha sido negada en sus lugares de origen (Bartra, 2013).

Una de las problemáticas que enfrenta la población jornalera migrante es el conocimiento de sus derechos como trabajadores agrícolas, la mayoría desconoce qué derechos tiene como trabajadores agrícolas lo que podría conllevar a violaciones laborales. Ante esto, es necesario que las autoridades diseñen estrategias de capacitación para la población jornalera en pro de mejorar su calidad de vida.

La migración ha sido una alternativa de vida para muchas comunidades rurales y cada vez más lo es también para la población urbana, aunque esto signifique el destierro temporal del lugar de origen.

Bibliografía

Arias, P. (2009). Del arraigo a la diáspora. Dilemas de la familia rural. Guadalajara: Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades.

Bartra, A. (2013). Crisis civilizatoria. En R. Ornelas, Crisis civilizatoria y superación del capitalismo (págs. 13- 38). México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Cervantes, E. (2018). El estudio de los hombres michoacanos en la migración México- Estados Unidos desde una perspectiva psicosocial. Las ciencias sociales y la agenda nacional. Reflexiones y propuestas desde las Ciencias Sociales (págs. 541- 565). México: Congreso Mexicano de Ciencias Sociales.

Contreras, A., Partida, A., & Vega, K. (2015). Migración de retorno. Un estudio de caso: Marcos Castellanos, Michoacán. En T. Aguilar, J. Gil, & E. Santiago, Configuración territorial en la Ciénega de Michoacán (págs. 99- 115). Sahuayo: Universidad de la Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo.

Kay, C. (2009). Estudios rurales en América Latina en el periodo de globalización neoliberal: ¿una nueva ruralidad? Revista Mexicana de Sociología, 607- 645.

Jesus Janacua Benites
Jesús Janacua Benites, es licenciado en psicología y maestro en filosofía de la cultura por la Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo y doctor en desarrollo rural por la Universidad Autónoma Metropolitana es co- director del documental “Cosechando vida después de la fresa” producido por el Festival de Cine Independiente de Paracho, es co- autor con Napoleón Márquez Serano del libro “Extractivismo fresa: Crónica de un conflicto ambiental en la Cañada de los Once Pueblos” publicado por el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria de la Cámara de Diputados y autor del libro “Resistencias comunitarias contra el despojo en Michoacán: berries, inmobiliarias y aguacate” publicado por la editorial Molino de Letras, además es autor de diversos artículos de divulgación científica y de opinión. Es ganador del premio Francisco J. Múgica otorgado por el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria de la Cámara de Diputados. Ha participado en congresos, coloquios y eventos académicos nacionales e internacionales tanto dentro como fuera de México. Ha sido columnista colaborador en La Jornada del Campo y en La Hojarasca, ambos, suplementos culturales del diario La Jornada. Actualmente es docente promotor de la Dirección General de Educación Tecnológica Agropecuaria y Ciencias del Mar, adscrito a la Brigada de Educación para el Desarrollo Rural No. 104 en Charo, Michoacán y se enfoca al estudio de la conformación de los conflictos socioterritoriales y de distribución ecologica con énfasis en los actores sociales y su experiencia de agravio en torno a la agricultura industrial así como en los cambios y transformaciones de la agricultura maicera.