“Usted puede hacer lo que quiera porque al fin nadie le dice nada” fue una columna que escribió durante años el maestro Francisco López Guido, referente infaltable del periodismo michoacano. Era una columna que denunciaba con humor cáustico el desdén que, por la legalidad, la autoridad y la moralidad practican gobernantes y ciudadanos.
Narraba en sus columnas la frivolidad con la que se asume el Estado de Derecho frente al interés personalísimo de quien busca sacar beneficios de una circunstancia cualquiera. El tino de su columna era preciso, desnudaba en cada entrega, no solo al protagonista ocasional sino a toda una subcultura del “importamadrismo” que constituye parte idiosincrática del mexicano.
Hay quienes creen que la evolución histórica de los valores practicados por la sociedad y plasmados en el Estado de Derecho caminan hacia el progreso, de tal manera que los años forjarían el camino hacia una mejor sociedad, es decir, hacia el paraíso. Podría, entonces, pensarse que las crónicas del maestro López Guido referían a un momento de nuestro pasado evolutivo. Sin embargo, la verdad es otra, la dura realidad apunta hacia una contramarcha.
La descomposición social por la que transita nuestro país, que ha llegado trágicamente hasta donde está, proviene de la ausencia del Estado y el consecuente abandono de las leyes y por la omisión consentida de los políticos gobernantes que cosechan del caos y la tragedia desentendiéndose de la aplicación de políticas bien elaboradas, mejor financiadas y rigurosamente evaluadas.
Cuando el Estado asume complicidades históricas con quienes hacen lo que quieren, como en el caso de los grupos delincuenciales para obtener ventajas políticas y económicas o con los ecocidas para lograr los mismos propósitos, los ciudadanos la deben pagar carísimo: pagan con los muertos, sufriendo el terror y tragándose su dolor en el primer caso y en el segundo sufriendo por la escasez de agua, la contaminación y la deriva de los ecosistemas que habitan.
En ambos casos la pedagogía implícita de dejar hacer dejar pasar estimula la construcción de creencias que miran a la ley y al Estado como un obstáculo para el bienestar general y alienta quehaceres antisociales tolerados. Que “la ley de la selva” sea el modelo al que está siendo empujada una sociedad por el abandono del Estado y las leyes, es una ruta peligrosa que México hace rato está caminando.
En los tiempos que corren el Estado mexicano invierte vastos recursos y esfuerzos en agendas secundarias, pero descuida en punto extremo la agenda prioritaria. La responsabilidad más importante de un Estado es la protección de la vida y bienes de su población además de la protección del medio ambiente que es vital para que la vida pueda prosperar.
El acumulado histórico ―negativo― de ambas agendas, seguridad y medio ambiente, ha colocado a México como el país más inseguro de la OCDE y de los más inseguros del mundo. Y siendo el décimo segundo país con mayor biodiversidad sigue siendo el más inseguro para los defensores ambientales; en el 2022 se registraron 24 asesinatos y en el 2023, hasta septiembre, se reportan 31 homicidios. Lo anterior refleja el talante, liberalidad e impunidad de las fuerzas ecocidas que avanzan sin freno acaparando aguas, deforestando y haciendo cambio de uso de suelo, al costo de la seguridad y la vida de otros.
El ejemplo más dramático de esta realidad fuera de control, en el ámbito ecológico, es la incapacidad o inacción del Estado mexicano para reducir a cero el cambio de uso de suelo, la tala ilegal, el acaparamiento de aguas por privados a través de hoyas y pozos al margen de la ley.
La irresponsabilidad gubernamental de patear el bote para adelante, es decir, posponer y aplazar la atención a los conflictos ambientales sólo contribuye a que estos se conviertan en gigantes fuera de control cuyas dinámicas de poder se han integrado a esquemas viciados de gobernabilidad las que dañan la convivencia pacífica y democrática y la legitimidad de quienes gobiernan.
Los actores económicos ecocidas y los actores criminales que han ensangrentado al país han comprendido con nítida claridad el mensaje que el Estado mexicano les manda día con día: usted puede hacer lo que quiera porque al fin que nadie le dice nada, tal como lo narraba López Guido.
En materia de legalidad y eficacia gubernamental, ambiental y de seguridad, no hemos evolucionado para bien a través de las décadas, no hay tal progreso, no estamos mejor que antes. Lo que ocurre es que los discursos ideológicos han venido a cumplir con eficacia su papel: suplantar a la dura realidad con creencias y mitos para normalizar la tragedia, aunque en los hechos nos estemos ahogando en dolor y sangre y nos estemos secando de sed.