Seguro será peor

Hay una tradición que se nos ha metido hasta los huesos. Es más queremos que ahí siga. Es una tradición dulzona y esperanzadora del futuro. Lo que ha pasado lo enjuicia con severidad y lo da por concluido y quiere creer que todo futuro será mejor. No quiere ver que el evento catastrófico del pasado fue el futuro de un momento previo.

La creencia en el progreso se nos ha metido por todos los poros de la piel. Hemos sido optimistas, de una candidez sobrada, y pensamos el futuro como el paraíso. Y si no llega mañana lo posponemos una y otra vez para no lastimar la esperanza. Esta creencia de progreso nos ha anestesiado la perspectiva crítica y la capacidad para actuar frente a las realidades adversas. Es cómodo esperar que el mundo se componga por el solo trascurrir de los días.

Este abandono pasivo a la idea del progreso, sin embargo, es una claudicación frente a los poderes efectivos que en verdad se han apoderado del transcurrir de la vida. Es la claudicación de los ciudadanos ante la política, la economía o la destrucción de la naturaleza. Creer que el bien siempre triunfará sobre el mal es un error que le ha costado muy caro a la civilización contemporánea.

La verdad es que con dificultad se podría hacer coincidir el progreso de la humanidad con la victoria del bien. Abundan las realidades que nos indican lo contrario. Ante la cotidiana destrucción y el sufrimiento, sin embargo, nos empeñamos en hablar de progreso. Visto así, el progreso no es más que el perfume de la tragedia.

No solo en la historia, como lo evidenció Walter Benjamín, el progreso no existe. En la relación del hombre con la naturaleza las evidencias se desbordan por el ángulo que se les quiera mirar. ¿Acaso no ha sido el impulso de eso que se reconoce como progreso el que ha determinado que la humanidad se apropie sin piedad del mundo natural? En la relación del hombre con la naturaleza el verdadero significado del progreso ha sido la destrucción. Por cierto, una destrucción suicida, porque creyendo la humanidad que está alcanzando niveles superiores de existencia, en realidad ha echado andar la cuenta regresiva de la sobrevivencia de la especie.

Una parte importante de la sociedad está convencida a plenitud de que las advertencias sobre una crisis ambiental global forman parte de narrativas alarmistas y estridentes. Creen a pie juntillas que dichos discursos solo tienen el propósito de atacar el estilo de vida actual pero que carecen de objetividad. Aún siguen convencidos de que la naturaleza es infinita en su capacidad regeneradora y por tanto fuente inagotable de bienes para hacer negocios.

Por milenios el relativo equilibrio global y local humanidad-naturaleza, apenas fue quebrantado localmente por algunas civilizaciones, pero la información científica ahora disponible sobre el estado del planeta debería determinar a todos los gobiernos a tomar decisiones audaces para amortiguar y revertir la crisis ambiental que estamos provocando.

Muchos gobiernos del mundo actúan con indiferencia insultante que exhibe su falta de compromiso con el futuro de sus pueblos. El de México es un ejemplo notable de ello. Su agenda medio ambiental es en mucho solo declarativa y en ocasiones, con franqueza, adversa a la crisis ambiental reconocida.

En la relación hombre-naturaleza no hay progreso en el sentido utópico que suele reivindicarse. Nunca lo ha habido. Lo que tenemos es una expansiva y permanente acción destructiva frente a la cual los esfuerzos hasta ahora realizados para contenerla han fracasado.

No están triunfando los valores ambientales. Y no están interesados en que triunfen ni los gobiernos ni los capitalistas y tampoco amplios sectores de la sociedad que sienten amenazado su estilo de vida. Basta echar un vistazo al estado de la naturaleza para constatarlo. Basta seguir el desempeño de los gobernantes para estrechar alianzas políticas con los ecocidas.

Y podrá ser peor porque esa lamentable visión de progreso que hemos asumido ha anulado nuestro espíritu crítico y seguirá permitiendo que la crisis ambiental se agudice. Cuando ocurra, como ya está ocurriendo ahora, algunos pensarán que semejante problema lo arreglará el poder de la técnica y del discurso político. Y como siempre, se habrán equivocado porque la naturaleza en su inmensa complejidad siempre ha sido superior a toda técnica y a toda política. Y sin embargo, tenemos que romper con la tradición dulzona y esperanzadora del futuro que alienta la pasividad. Es la alternativa si queremos sobrevivir.