Trump ese flautista negacionista

La noticia provocó gestos de desagrado. Los cientos de académicos que de diversas partes del mundo se reunían en el Centro de Convenciones de Oaxaca ese 6 de noviembre para dar a conocer sus avances y proyectos en materia ambiental, en el marco de la 5ª Reunión de Ciencia Abierta del Programa Global de Tierras, estaban muy preocupados. Lo menos que señalaban era que la victoria de Trump significaría un estancamiento para las ciencias ambientales y un retroceso para el cuidado del planeta.

Durante su primer mandato Trump la había emprendido contra el saber científico que demuestra el origen humano del calentamiento global y del cambio climático y en consecuencia había alineado la política de crecimiento estadounidense en torno a la necesidad de continuar la actividad industrial a partir del uso de combustibles fósiles.

Algunos académicos estadounidenses con los que tuve la oportunidad de charlar daban por hecho que el segundo mandato sería incluso más feroz contra la regulación y protección ambiental, pero ante todo contra las subvenciones gubernamentales que universidades y fundaciones tenían para realizar investigación científica y proyectos de atención ambiental.

Tenían razón, el Trump que tomará posesión hoy 20 de enero es muy diferente al Trump de 2016. No es diferente en el sentido de que ahora sea adverso a lo que pensaba hace 8 años, es diferente en el sentido de que tiene mayor experiencia, mayor conocimiento del funcionamiento de las instituciones de su país, mayor resentimiento contra lo que suele llamar el establishment ―a quien acusa de haberle robado la elección del 2020― y sobre todo es distinto porque ahora viene con más poder y en consecuencia con mayor determinación para imponer una agenda regional y mundial en donde el expansionismo, el elitismo conservador y el centralismo estadounidense, desde su visión autoritaria, serán la base para construir una nueva geopolítica. 

Las 200 órdenes ejecutivas que firmará en su primer día de gobierno son un anuncio de su Blitzkrieg, de su política relámpago, que desarrollará para vencer las resistencias nacionales, continentales y globales, son su manera de subordinar al mundo desde su deseo de hacer de nuevo grande a Estados Unidos.

Rodearse en su toma de posesión de personajes como Javier Milei de Argentina, Nayib Bukele de El Salvador, Georgia Meloni de Italia, Recep Tayyit Erdogan de Turkía, Nigel Farage líder del partido británico Reform UK y defensor del Brexit,  Éric Zemmour, del partido Reconquête en Francia, Santiago Abascal, presidente del partido Vox en España, todos ellos de cepa populista alineados hacia la derecha, es un mensaje claro de la constitución de un poderoso polo derechista global que reivindica algunos elementos del liberalismo, siempre y que les acomoden a su pragmatismo.

El surgimiento de este polo, nucleado en torno al poderoso Trump, encajará en la dinámica política mundial como la contraparte activa al otro polo del populismo, el de la izquierda también autoritaria que ha avanzado notablemente en América, Europa y Asía, y es el anuncio reiterado de la disputa del mundo, en donde cada cual proclamará, como en la época de la Guerra Fría, un nuevo orden bipolar: o derecha o izquierda populistas.  

Es curioso que más allá del discurso ideológico ambos polos  coincidan en varios puntos: en el negacionismo como credo de objetividad; ambos comparten la veneración por la centralización despótica del poder, son mesiánicos, desprecian los valores democráticos y la legalidad si no les favorece; ambos son maniqueos y cabalgan montados en el odio; ambos tratan de representar a una sociedad enojada que busca culpables de su condición inmediata por razones de raza, religión, condición económica, migración o lengua.

Parece que en las últimas décadas el negacionismo es el signo distintivo de ambos proyectos, o al menos de ambas modas mundiales. Pero ambos, y no todos, casi niegan lo mismo. El populismo derechista de Trump, por ejemplo, es campeón en negar el Cambio Climático derivándose de ello el desmantelamiento de las regulaciones gubernamentales para el cuidado del medio ambiente, el populismo de izquierda niega las realidades sociales que ha sido incapaz de atender desmantelando instituciones y presupuestos que deberían atender esos problemas. Trump jamás aceptará que los devastadores incendios forestales de California están asociados al calentamiento global y la izquierda populista jamás aceptará que su intervencionismo estatal, ineptitud y regalismo clientelar no resuelven la pobreza y la carencia de empleo.

Durante su primer período de gobierno Trump hizo esfuerzos, no siempre exitosos debido a la resistencia de jueces y funcionarios, para cancelar una gran cantidad de regulaciones que tienen o tenían como propósito evitar la contaminación, el cuidado de bosques o prohibición de agroquímicos. En el plano mundial sacó a Estados Unidos de los Acuerdos de París, ocasionando con ello un marcado rezago en la contención del calentamiento global. No olvidemos que Estados Unidos, de acuerdo con datos de 2023 ocupó el tercer lugar, después de China e India, entre las naciones que más CO2 arrojan a la atmósfera. Según valoraciones de la oficina correspondiente de la Secretaría de la ONU para el Cambio Climático se estima que en esta ruta para el 2030 la actividad humana emitirá 51.5 gigatoneladas de CO2 a la atmósfera de las que Estados Unidos será uno de los principales responsables.

“Esta será la edad de oro de Estados Unidos” dijo presuntuoso Trump el 6 de noviembre al conocer su triunfo electoral. Con seguridad será la edad de oro para las empresas que movilizan su producción a través de energías fósiles o que generan riqueza destruyendo bosques y aguas. Por eso ha anunciado una desregulación ambiental sin precedentes y más perforaciones y fracking para petrolizar la economía estadounidense. Pero, será una época muy obscura para el planeta, para la vida en las naciones más pobres y vulnerables y tiempos muy difíciles para la defensa ambiental de la tierra.

Había razón en los académicos de la Reunión de Ciencia Abierta del Programa Global de Tierras, los tiempos serán difíciles y veremos un retroceso en la generación de nuevos saberes. Sólo queda que, desde su pragmatismo, de vez en cuando, le convenga recurrir a las categorías ambientales para fortalecer su comerció y proteger su mercado, por ejemplo, a la hora de aplicar y revisar, para el caso mexicano, el T-mec.