El conjunto conventual de Charo, Michoacán, y los murales en su interior son testimonio artístico e histórico de la labor espiritual y cultural llevada a cabo por los religiosos agustinos en la región desde 1550 hasta 1758, cuando la administración religiosa pasó a manos del clero secular. Representan también un ejemplo de la arquitectura monástica realizada en territorio novohispano durante el siglo XVI, ya que conserva gran parte de los elementos pertenecientes a las primeras décadas de la evangelización; conforman una obra que, a pesar de los estragos sufridos por el paso del tiempo y la sociedad, conserva la mayoría de sus elementos característicos, resguardando pinturas de gran valor, que parecieran ser custodiadas por el Arcángel San Miguel.
La autoría de esta riqueza pictórica elaborada bajo la técnica del fresco y el temple se adjudica a fray Pedro de San Jerónimo hacia 1578, aproximadamente. La obra nos presenta la Pasión de Cristo en seis imágenes de estilo renacentista. Mientras que en el claustro fueron pintadas escenas de martirio de santos, además de un Ecce Homo, una Thebaida, un grupo de cuatro religiosas y dos árboles genealógicos aludiendo a la familia agustina en sus ramas, varonil y femenil.
En el refectorio se conservan imágenes de gran interés, como el bautismo de Jesús, la última cena, el tetramorfo evangelista y la conversión de San Pablo. La decoración se compone de grutescos en todo el espacio. En el resto del convento, como en la sacristía y en las escaleras para subir al coro, quedan sólo restos de pintura. El guardapolvo presenta diseños geométricos que recuerdan la decoración de las vasijas prehispánicas, indicio probablemente de la intervención indígena.
Fray Pedro de San Jerónimo fue el primer abad del convento, que fue construido bajo el modelo medieval europeo, aunque con un trazo más sencillo y pequeño que sus contemporáneos. Su distribución y sus componentes estéticos son acordes al número de miembros con el que contó el recinto a lo largo de dicho periodo y a las actividades que aquí se llevaron a cabo, en torno a la cristianización de los indígenas pirindas.
La portada del convento se compone de un pequeño portal de peregrinos, que como su nombre lo indica, servía para dar asilo a los viajeros, formado por arcos de medio punto sostenidos por columnas de capitel dórico. En este espacio se conserva una banca de piedra empotrada en el muro, así como una peculiar silla tipo trono que, según la tradición, fue utilizada por fray Diego de Basalenque para confesar a los fieles.
Al interior del convento hay un pequeño vestíbulo que comunica con el claustro, de estructura cuadrada formada por arcos rebajados y columnas de capitel dórico. Éste conecta por medio de pasillos con la sacristía, el refectorio, las escaleras para subir al coro, una capilla, la cocina y las celdas. Al fondo se localizaban las letrinas, la huerta y la cisterna.
Aunque sintetizamos aquí las riquezas que posee el exconvento de Charo, nos queda claro que representa una joya artística e histórica invaluable para el devenir histórico de la región.