Resistencia al desastre

Durante horas la caravana de vehículos caminó por la sierra. Un centenar de hombres y mujeres fueron señalando una tras otra las numerosas huertas de aguacate recién plantadas. En todas se miraban los restos de árboles calcinados, de troncos con la raíz desnuda, de árboles talados. Todas las cañadas por las que corren o corrían arroyuelos, o que albergaban manantiales, exhiben las heridas de las plantaciones ilegales. Estas cañadas hasta hace un par de años proveían de agua a numerosas comunidades.

La pandemia cayó como anillo al dedo a los huerteros. Aprovecharon el confinamiento y la ausencia de los gobiernos federal, estatal y municipal para expandirse con inusitada velocidad al margen de las leyes. Lograron arrebatarle a los bosques de pino y encino casi 500 hectáreas de un jalón.

El reclamo social por el ecocidio permanente se había asomado desde hace un lustro. Ahora que los equilibrios han sido rotos de manera definitiva la indignación pública ha remontado y no cesará. Y no hay manera de que se mitigue porque las afectaciones han llegado con violencia a cada hogar, y lo han hecho para no marcharse. La pérdida de manantiales y el acaparamiento de aguas en tierras altas han profundizado las carencias de los pueblos. Sin agua no sólo la vida humana es imposible, tampoco las actividades productivas como la agricultura y la ganadería.

En varias huertas ilegales la caravana colocó lonas de clausura cívica. Es una acción que legalmente les corresponde a la Profepa,  Semarnat,  Proam, Semaccdet, Cofom y Conafor, pero ante su ausencia era preciso que los ciudadanos hicieran notar su desacuerdo y clamor por la aplicación del estado de derecho.

En la caravana hubo indignación y exigencia para que todas las huertas ilegales fueran canceladas y tumbadas.

—Son ellos los que están violando la ley, son ellos los delincuentes, son ellos los que nos están agraviando y cancelando nuestro legítimo derecho al agua y a la vida. En su lugar debemos plantarles pinos y encinos para que estos predios se regeneren y regrese la normalidad a nuestros pueblos. Se decidió esperar la respuesta de las instituciones que deben hacer cumplir la ley.

Pero el empecinamiento de estos huerteros por violentar la ley lo comprobó la caravana en las Carboneras. En este lugar la Profepa clausuró el predio de alrededor de 15 hectáreas por tala ilegal y cambio de uso de suelo. No pasaron tres semanas para que quitaran la lona de clausura y continuaran con plena impunidad instalando la huerta.

—Mire, todo esto es un desastre, en todas las cañadas por donde corre agua nos han plantado aguacates. Lo que queremos es que esas tierras vuelvan a ser bosques nuevamente. Ellos nunca le pidieron opinión a las comunidades, todo lo hicieron a las escondidas. Por las noches las motosierras rugían imparables hasta el amanecer. Ahí está el resultado.

—Mire, en el puerto de los Sauces, allá por Acatén, aquello está para llorar. De un solo trancazo están destruyendo más de 50 hectáreas.

—También nosotros somos culpables porque hemos permitido que nuestros vecinos vendan sus bosques a sabiendas de que los quieren para desmontar y plantar aguacate. Las comunidades debemos tomar acuerdos para que esto ya no siga ocurriendo.

—Eso de constituir por cada comunidad un Comité Cívico de Defensa del Medio Ambiente, me parece muy bueno. Porque para enfrentar el poder de los aguacateros ilegales y la sordera del gobierno solamente organizados y moviendo a todas las comunidades podremos lograr algo.

La caravana llegó a la sierra de Moreno, caminó por Quince Pasos, y en todos los lugares están las evidencias de la ilegalidad. Los pobladores reflexionaron en que esta tragedia está ocurriendo ahora mismo en las sierras michoacanas.

—A ver, dígame, por qué el gobierno cierra los ojos a conveniencia de estas gentes que nos están agraviando. ¡Esta destrucción debe parar!  Cuando no es la tala ilegal es el cambio de uso de suelo o son los incendios provocados, los cañones antigranizo, la construcción de monstruosas ollas ilegales o es la contaminación de sus plaguicidas. ¡Qué afán de perjudicarnos, oiga!

Entrada la tarde la caravana concluyó su recorrido con más indignación que antes, con un sentimiento ácido de impotencia y con una profunda desconfianza en la voluntad gubernamental para corregir este caos, pero con la convicción de que esta causa habrá de prevalecer por años con la participación irreversible de los ciudadanos de Madero.

—Y es que ya no queda de otra, ellos comenzaron a destruir los bosques hace rato y no van a parar si nosotros no lo impedimos. Nos están arrebatando la vida.

—¿Qué le diremos al gobierno? pues que haga cumplir la ley, que las huertas ilegales deben ser tumbadas para plantar de nuevo los bosques; que esos señores deben indemnizarnos a todos los que hemos resultado afectados; debe quedarles claro que no queremos más huertas ilegales, tampoco tala ilegal y cambio de uso de suelo; que queremos de vuelta nuestros manantiales, que deben clausurarse los centenares de ollas concentradoras —también ilegales—, que los escurrimientos deben seguir el cauce que nuestros abuelos aprovechaban.

—¡Resistiremos al desastre que se nos impone!