Sequía

Ese temor revolotea desde hace cuatro años por las parcelas, pastizales, montes y arroyuelos y se agita en la cabeza de los pobladores. No es fácil hacerse a la idea de que las tierras resecas vuelvan a matar de sed las semillas que les plantan. Volverán a comprar, con dinero que ya no tienen, los granos y vegetales que antes sus parcelas producían.

Siempre ha habido sequías, eso les ha enseñado el pasar de los decenios. Había años de sequedad. Pero ahora es distinto. En tiempos pasados se hurgaba la tierra y el lecho de los arroyos para encontrar al menos un hilito de agua. Ahora todo ha cambiado, en las tierras altas miles de fosos se han quedado con el agua que escurría. Acá abajo los arroyos sólo arrastran el polvo que el viento revuelve.

Las tardes de esta primavera, como lo ha sido desde hace cuatro años, no es surcada por los vientos perfumados y húmedos de la temporada sino por el olor a humo, por las cenizas de los pinos, encinos, huizaches, capitanejas, jaras y pastos que han sido calcinados, como si fuera un sacrificio al dios del aguacate ilegal.

Por estos lugares el verbo incendiar se conjuga con tanto ahínco como si fuere una oración al dinero, el único y verdadero valor de los inversionistas que se han apropiado de muchas de estas tierras aprovechando la pobreza de los dueños originales.

Acá, como en muchos lugares, las leyes no existen. En un par de días se puede quemar un bosque de ocho hectáreas ─reforestado apenas un par de años antes─ a tan sólo 300 metros del pueblo; en un mismo día se le puede prender lumbre a un cerro dos veces, la primera por la mañana y la segunda al medio día en la otra cara del cerro para demostrar el poder e impunidad de quienes han decidido el destino de los montes.

La sierra, lo que queda de ella, huele a carbón. El paisaje es pavoroso, los árboles muertos por las llamas apenas pueden verse atrás de la niebla humeante y los cadáveres achicharrados de mamíferos, vertebrados y aves a quienes su instinto no les permitió ponerse a salvo, tal vez porque ya no hay a donde ir para salvarse.

La sequía será diferente este año. Las que ocurrían ocasionalmente hace décadas las anunciaba la luna, el sol y las cabañuelas de enero, permitían un margen crítico para anticiparte a la carencia de agua y de lluvias. Las que han ocurrido desde hace cuatro años provienen de la codicia humana, no tienen alternativa y han desatado los demonios del cambio climático.

Las fosas a donde se llevaron el agua de los arroyos ─que falta en las tierras bajas─ está arriba almacenada en las alturas para regar decenas de hectáreas de huertas desde donde miran indiferentes la sequía de parceleros, ejidatarios y comunidad indígena. Acá priva la ley del más fuerte, del que tiene más dinero. El Estado está ausente en sus obligaciones ambientales.

La sevicia de los inversionistas y del crimen organizado ha fracturado las comunidades. Aprovechando la miseria empujan a algunos pobladores a convertirse en enemigos de su propio pueblo, colaborando por pagos miserables a destruir la naturaleza de la que depende la vida de sus comunidades.

En las últimas semanas el Consejo Promotor del Área Natural Protegida de Madero, Sur de Morelia y Acuitzio del Canje, ha recibido como nunca ocurría, infinidad de denuncias por la destrucción de ecosistemas. La mayoría de las localidades de la tierra caliente maderense sólo encontrarán polvo en sus arroyos en los próximos meses. Una realidad dramática que se comparte con todas las zonas serranas de Michoacán.

El esfuerzo de preservación que realizan pequeños propietarios, ejidatarios y comunidad indígena, resulta insuficiente. La carrera por instalar huertas en tierras de bosque ha roto mediciones previas, ahora en 15 días se quema, se tala y se planta el aguacate como está ocurriendo en las cercanías de Moreno y la Cumbre.

La sequía se vive en distintas dimensiones: una, la ocasionada por la voracidad de empresarios; la segunda, la que reporta la ausencia del Estado; y la tercera, la que prefigura la carencia de educación y conciencia ambiental entre los ciudadanos.

En los días que corren hay mucha política, todo un espectáculo desbordado y chocante, que, sin embargo, es incapaz de colocar esta problemática en el centro del debate estatal. ¡Nadie se ha pronunciado con energía para detener el escocido! ¿De qué sirve una política que se ha olvidado de los entornos ecológicos en los que anida la vida de los ciudadanos?

También en la política electoral existe una terrible sequía caracterizada por la inhumanidad de su agenda y la mediocridad de su perspectiva.

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